Derechos Culturales

17.09.2021

El ejercicio de nuestro oficio como artesanos en la historia de la globalización ha estado siempre invisibilizado y en peligro, asunto que alcanzó su nivel crítico durante estos 2 últimos años. En este sentido los derechos humanos son establecidos como fundamentales no solo porque representan una guía legal y ética de los estados, sino también porque su garantía representa una necesidad primordial para la vida del ser humano y para la construcción de una vida digna y plena aun cuando no implique efectos directos sobre las personas.

Hemos entendido que el asunto de los derechos culturales y la identidad no sólo conciernen a los pueblos originarios y sus naciones, sino a todo ser humano en su propia identidad cultural, representando la base de la nueva forma de ver el mundo donde la diversidad se considera un valor que representa la riqueza de la humanidad y que nos permite en teoría elegir no sólo nuestra religión o cómo educar a nuestros hijos, sino también la manera en que queremos expresarnos o nuestra libertad económica. Esta concepción no es nueva y viene desarrollándose desde hace más de 60 años cuando el concepto de cultura cambió y ya no consideraba ésta como algo por alcanzar, sino la expresión viva de los pueblos, otorgando mayor importancia al quehacer humano y su desarrollo, buscando garantizar legalmente nuestras libertades y derechos básicos para la concreción de nuestros fines y nuestro desarrollo integral de acuerdo a nuestros propios valores y formas. En este caso, la libertad de trabajo y el derecho a la cultura nos abre las puertas para exigir el respeto al libre ejercicio de nuestro oficio como artesanos y a que se nos otorguen los espacios para comercializar nuestros productos, exigiendo que se nos respete nuestra forma de crear y el modo en que nuestras creaciones son comercializadas.

Como hemos visto y reafirmado, principalmente a través de la gran cantidad de mesas, foros, conversatorios y un sin fin de intentos de ser escuchados y representados, el oficio artesanal tiene sus formas, tiempos y valores que le son propios y de los cuales dependemos para crear y existir. Partiendo de esta base podríamos afirmar que al no permitirnos comercializar de la forma en que nos es más conveniente para nuestros fines y que ha sido la forma tradicional de ejercer nuestra cultura se nos priva del derecho no sólo al trabajo que hemos libremente elegido sino también de nuestra cultura. Se nos ha despojado históricamente de los espacios que utilizábamos y se nos ha impedido o limitado nuestro derecho a ejercer nuestro oficio libremente al discriminar unas expresiones en favor de otras, reduciendo los espacios de exhibición, blanqueando nuestras expresiones populares u homogeneizando lo que es considerado artesanía hasta casi hacerlas desaparecer. Insisten en hacernos competir, en transformarnos en empresas, en ofrecernos apoyos vacíos o en diseñar nuestro futuro con propuestas innovativas que sólo buscan explotar el recurso de nuestras manos para vender más caro y más lejos transformando nuestra expresión cultural en un producto comercial exportable, cuando el trasfondo de nuestro quehacer es espiritual y la gran mayoría de nosotros solo necesita un espacio, no nos interesa escalar, ni obtener jugosas utilidades o vender nuestras ideas por millones a grandes multinacionales, sólo queremos disfrutar de la vida y de nuestro trabajo, poder crear libremente y conectarnos con nuestro entorno que es de donde obtenemos nuestra inspiración. Esta creación y su espíritu se consideran patrimonio, ya que es parte de la cultura material e inmaterial de los pueblos y su existencia depende principalmente de nuestra libertad, no sólo para crear, sino también para comercializar ya que es la manera en que hemos escogido sostener nuestra vida.

En estos tiempos es muy fácil desestimar la artesanía contemporánea aludiendo a que podemos dedicarnos a otro oficio en el contexto urbano o ensalzar la artesanía tradicional por su valor patrimonial para aquellos que la transan como objetos de lujo o porque representa una ayuda social al asociarla a contextos de pobreza y exclusión. La artesanía representa de manera transversal una forma de vida y por tanto una identidad que necesita ser reconocida, protegida y valorada por las personas y el estado.

Debemos reafirmar nuestra convicción bajo la óptica de los derechos culturales exigiendo nuestro espacio de comercialización de acuerdo nuestras necesidades, que es lo que en derecho se denomina "idoneidad" y que hace referencia a que la aplicación de los derechos deben ajustarse a su contexto propio. No nos sirven los modelos de negocio, no somos comerciantes aun cuando comercializamos nuestro trabajo y exigimos ser considerados bajo nuestras propias condiciones que son las que nos permiten sustentarnos y desarrollar no sólo nuestra vida sino también el patrimonio propio de nuestra comunidad, un patrimonio que no pertenece solo a aquellos que puedan costearlos o para ser exhibido en salas de museo puesto que son expresiones VIVAS que necesitan revitalizarse, recrearse y construirse cotidianamente al relacionarse con los otros en su propio contexto.




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