El Símbolo y la Cultura

09.06.2021

No podía continuar el aspecto teórico de este proyecto, que para mí es lo que le otorga sentido a todo, sin escarbar hasta el fondo esperando encontrar la esencia de las cosas, en este caso de la expresión creativa humana, llegando al poco andar hasta la neurociencia con el descubrimiento de las neuronas espejo y su injerencia en la imitación y la empatía, a la antropología con la forma de vida de los humanos en distintos lugares y su manera de interpretar la vida o la filosofía que siempre ha ofrecido respuestas a aquello que no podemos contar ni medir.

Me motivaba descubrir cuál era el motor que impulsaba al ser humano arcaico a crear, así como a los artesanos modernos, no solo utensilios, sino también símbolos que les permitían ilustrar y compartir conocimiento. Descubrí que el arte rupestre, como expresión creativa del ser humano, se encuentra en todos los territorios habitados y se caracteriza porque utiliza la naturaleza como soporte. Y aunque ha sido utilizado en múltiples contextos a través de los tiempos no se tiene una respuesta precisa respecto a su significado en específico. Estas expresiones que hoy son ejemplos del universo simbólico del ser humano son lo que lo define a él y a su creación y es lo que nos permitió impregnar orden en el cosmos a través de los símbolos que creamos y que nos permiten traducir el mundo sensible y material junto con representar y comprender el mundo espiritual o inmaterial.

Este instrumento de la conciencia permitió que el misterio se convirtiera en una imagen en la que confluyó la impresión externa y la expresión interna, transformando la piedra en una herramienta que proveerá de utilidad material o un símbolo en una llave que abrirá la puerta a aquello que está más allá de la experiencia sensible y del conocimiento empírico. De esta manera la fabricación de herramientas y la creación de formas simbólicas implicaba la conjunción de los aspectos más importantes del ser. Quedando como registro en el arte rupestre que podemos ver hoy y que congela en un gesto esta expresión simbólica que nace de la esencia del ser humano y que dio comienzo a la cultura en sus diversas expresiones.

Los petroglifos de Guaiquivilo que utilizaremos para la creación de las piezas de orfebrería se enmarcan dentro del arte rupestre de la zona central de Chile, donde existen varios lugares "marcados". El estilo presente en ciertos sectores de la cordillera del Maule representan un estilo diferenciado en Chile y la región y ha sido denominado "Guaiquivilo" por Hans Niemeyer, ya que se ubican principalmente en las zonas del valle del rio del mismo nombre, destacándose entre ellos los ubicados en el cajón de Calabozos y de Valdez, en los que se pueden encontrar representaciones biomorfas como impresiones de pies y manos, animales, plantas y figuras geométrico abstractas.

Existe evidencia de campamentos alrededor de los pasos montañosos de la región del Maule y las canteras de obsidiana que hay en la zona desde donde se obtenía esta materia prima que era el material favorito para la confección de utensilios de piedra y cuya calidad es aun reconocida. Estos antiguos artesanos habrían transitado por estos lugares para realizar diversas actividades de caza, recolección y manufactura antes de trasladarse a sus campamentos en otros lugares. Se cree que los pueblos que realizaron estas tallas en la roca serían los Puelches que se movían desde el lado Argentino de la frontera en donde se han encontrado petroglifos que concuerdan con los hallados en el Guaiquivilo. Para los pueblos que transitaban esta región, la cordillera no representaba una frontera sino un paisaje que proveía de recursos importantes del bosque, los animales y las materias primas. Era un lugar de reunión y de tránsito, un lugar público o social donde se intercambiaban productos, se realizaban eventos y se agradecía. En este lugar se hacía tangible la dimensión simbólica del espacio social que era remarcada a través de los petroglifos o las pinturas rupestres y que sin duda tenían relación con los ritos ligados a los ciclos vitales o aspectos metafísicos de la existencia.
En la confección del arte rupestre ninguna tarea resultaba sencilla, todas requerían un desarrollado oficio desde la elaboración del concepto o símbolo, la confección de la herramienta o los pigmentos o la preparación del lugar, entre otros. Y su acabado podría tomar horas o incluso días, evidenciando el carácter profundo de aquel hacer. Así el artesano que tallaba la roca o tejía un cesto o creaba un signo que representaba aquello que no podía ser expresado, daba orden al caos, construyendo cosas bellas y útiles desde la materia que disponía otorgando sin duda un bálsamo para el alma y permitiendo que todo acto cobre sentido y nazca el mundo para el ser humano. Por eso cuando se dice que la cultura nos conecta o nos hace humanos no es solo un slogan ya que la cultura viva es la que se reconoce en el otro, se comparte y nos hace encontrarnos en lo diverso afirmando la unidad fundamental del ser humano con el resto de los seres y las cosas, por esta razón buscamos poner énfasis en los procesos mucho más que en los objetos, ya que ellos representan ciertos modos de concebir y vivir el mundo, que hoy más que nunca necesitamos redescubrir y mantener para que los saberes y la riqueza cultural del hombre no desaparezca.


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